lunes, noviembre 28, 2011

"Hugo el Lobo y Otros Relatos de Terror" de Erckmann-Chatrian

Hace 50 años, cualquier lector medianamente culto conocía a la perfección a Emile Erckmann (1822-1899) y Alexandre Chatrian (1826-1890), más conocidos por su seudónimo (bastante revelador) Erckmann-Chatrian. Libros como “Historia de un quinto de 1813” (1864), “Waterloo” (1865), “El amigo Fritz” (1864) o sus “Cuentos del Rhin” (1862) fueron publicados de forma continua en formatos populares por Sopena, Bruguera, Austral y otros sellos parecidos. Gozaron, por tanto, de bastante éxito por parte del público hispano durante tres cuartos del siglo XX, un éxito pálido reflejo del que también gozaban en su país natal.
Hoy en día Erckmann-Chatrian son otra firma más que pasa a engrosar la legión de escritores al que el tiempo (ese gran destructor) condena al más oscuro de los olvidos. Sinceramente, creo que es bastante injusta la suerte corrida por estos dos alsacianos, personalmente, encuentro que sus libros ambientados en las guerras napoleónicas todavía tienen algo de la garra que las hizo célebres en su momento. Quizá con una nueva traducción más acorde a nuestros tiempos, estas novelas volviesen a contar con el favor del público pero, a día de hoy, no deja de resultar peculiar que Erckmann-Chatrian sólo sean reconocidos por un puñado de frikis aficionados al cuento de terror decimonónico, otro de los campos que cultivaron, una secta pequeña en número pero poderosa en afán lector y que cuenta con la editorial Valdemar como principal paladín de su causa.
Así, uno puede disfrutar de una edición tan lujosa y bien hecha como esta “Hugo el Lobo y otros relatos de terror”, dentro de la imprescindible colección Gótica (Nº 30), editada en 1999 (y, me imagino, aún posible de encontrar, gracias al cuidado con que Valdemar mima su fondo editorial).
En total, recoge este volumen, la novela corta que le da título (editada originalmente en 1859) y otros diez cuentos sacados de antologías originales como “Histoires y contes fantastiques” (1844), “L’Illustre Docteur Mathéus” (1859), y “Contes fantastiques” (1860). Y aquí surge la única pega que se le puede poner a Valdemar: su falta de ambición. Por qué, ya puestos, la editorial podría haber realizado una edición integra de todos los cuentos fantásticos de Erckmann-Chatrian, recogidos en las antologías ya citadas, y en otras de temática más variada como la ya comentada “Cuentos del Rhin” o “Contes de la montagne” (1860), “Mâitre Daniel Roch” (1861), etc. Más que nada, por qué existen ediciones de otros cuentos diferentes a estos de tipo fantástico de la pareja en varias antologías antiguas de Bruguera y Martínez Roca (si la memoria no me falla), con una calidad similar a los que recoge este libro que, además, no es especialmente grueso (230 páginas).
Sueños de friki, evidentemente, que los editores de Valdemar tendrán sus razones para hacer las cosas como las hacen, pero es que, una vez leído el libro (magníficamente traducido por Adalberto Aguilar) uno tiene ganas de más, de mucho más, por qué Erckmann-Chatrian, autores de tipo popular, que duda cabe, poseen una gran calidad literaria a pesar de todo y una inventiva malsana y retorcida, más alemana que francesa, nada raro tratándose de dos alsacianos, que hace que a pesar del siglo y medio transcurrido desde su escritura, estos cuentos sigan teniendo una fuerza y encanto que les hacen perdurar en la memoria del aficionado.
De todo el libro, la mejor pieza es la novela corta que le da título, excelente como historia fantástica claramente orientada al terror, y excelente también por recoger los rasgos más definitorios de estos autores. En efecto, “Hugo el Lobo” recuerda de forma poderosa a “El mayorazgo”, una de las novelas cortas más celebradas de E. T.A. Hoffmann, en ambos relatos existe una terrible maldición que azota a una familia de la nobleza debido a oscuros pecados del pasado más remoto, en ambos casos la presencia de un extraño al círculo familiar es el desencadenante de la solución al conflicto, igualmente, hay un animado retrato de personajes secundarios pintorescos cercano al costumbrismo que sirve como forma de describir el modo de vida nobiliario y, por último, el paisaje se convierte en un personaje más de la narración, un paisaje invernal, frío hasta lo inimaginable, donde el blanco deslumbrante de la nieve se convierte en un símbolo del mal que acecha a los Nideck y enmarcado en una orografía entre lo boscoso y lo escarpado (la acción transcurre en la Selva Negra) y que se convierte de nuevo en una potente metáfora del salvajismo que acecha a las puertas de la civilización, del siniestro mal medieval que aún penetra en el científico y positivista siglo XIX.
“Hugo el lobo” se alza como uno de las mejores narraciones fantásticas de la Francia del XIX pero, no queda más remedio que reconocer, que es muy poco francesa. El carácter alsaciano de sus autores juega en este sentido a su favor, aunque a lo largo de su obra se puede ver la influencia de autores galos como Dumas (cierto aire folletinesco de algunas de sus tramas) o Gautier (el gusto por lo onírico, y el influjo del orientalismo), no es menos cierto que Hoffmann sigue siendo la principal de sus referencias y, me atrevería a decir, Erckmann-Chatrian son, hasta cierto punto, un Hoffmann de segunda fila afrancesado (se acercan al maestro pero, lógicamente, nunca le igualan).
Claro está, Erckmann-Chatrian también pueden ser caracterizados como románticos, un tanto tardíos, pero muy en la línea de otros autores de esos mismos años, y es que, el Realismo, no se implantó con tanta rapidez como uno podría suponer a tenor de determinados libros de texto. La fuerza de los sentimientos más extremados, la presencia del paisaje como un personaje más, el culto a lo pintoresco, lo extraño, lo bizarro, los coqueteos con la locura, el interés por lo exótico, y, no podía ser de otra forma, la intención fantástica, son algunos de los rasgos que delimitan el trabajo de Erckmann-Chatrian y que los sitúan claramente en esta línea de romanticismo tardío.
El resto de los cuentos son igualmente notables e, incluso, sorprendentes, y, en muchos caso, adelantados para su época. Por ejemplo, “Las tres almas”, cuento angustioso donde los haya, ha sido mencionado como uno de los primeros en mostrar la figura del científico loco, tan cara luego a los pulp de ciencia ficción, sin embargo, a mi me parece más bien un antecedente directo de las historias de psicópatas y asesinos en serie, en parte por qué el supuesto científico es un profesor de filosofía loco que intenta demostrar una oscura tesis metafísica, y en parte por el sadismo con el que liquida a los desventurados que caen en sus manos y que, muy lejanamente, me ha recordado un poco, a películas como “Seven” o “El silencio de los corderos”. El hecho de que la historia esté narrada en primera persona por una de las víctimas, acentúa la sensación de horror que emana de todo el cuento.
Lovercraft elogió “El ojo invisible (además de “Hugo el Lobo”), por su capacidad para crear una atmósfera estremecedora y nocturna. Coincido con la opinión del solitario de Providence. La historia de la vieja maligna que consigue sugestionar a los huéspedes de una habitación para que acaben ahorcándose es otro de los grandes cuentos del libro, perfecto como pieza de horror e intriga hasta extremos absorbentes.
“La araña cangrejo” suena hoy un tanto tópico, pero destila el encanto de las antigüedades que han sabido envejecer bien y de forma digna. Por supuesto, a los que les gusten las historias de arañas gigantes, el cuento les parecerá maravilloso, a pesar de su escasa ambientación tropical (la acción se sitúa en Centroeuropa), aunque, claro está, hay truco (muy inteligente, sea todo dicho de paso).
“El boceto misterioso”, “Requiem para un cuervo”, y “El violín del ahorcado”, son los relatos más cercanos a Hoffmann de todo el libro, destacan por la presencia del arte como elemento fundamental de la trama (la pintura en el primero, la música en los otros dos), una idea muy hoffmanniana y en ellos lo fantástico surge como desencadenante final del misterio que envuelve toda la historia. Resultan excelentes si uno acepta de base su carácter de homenaje al autor de “El hombre de arena”.
Algo parecido ocurre con “El Burgomaeste embotellado” si no fuera por qué la historia está envuelta de un humor un tanto grotesco y vulgar (en especial en su desenlace) que no acaba de encajar con el espíritu de las otras historias del libro.
“Maese Tempus” es una alegoría sobre el paso del tiempo sin mayor enjundia y “Hans Wieland el cabalista” recuerda un tanto al Gautier enamorado de Oriente y sus misterios pero envuelto en un aura de venganza y crueldad muy alejada del espíritu del autor de “La pipa de opio”.
Por último, “La reina de las abejas”, roza la ciencia ficción y presenta una historia original y llena de sensibilidad, una de tantas joyas desconocidas de las que habitan este libro.
Siempre me ha maravillado la capacidad de algunos escritores para la colaboración, en el caso de Erckmann-Chatrian la situación alcanza la categoría de simbiosis dado que casi toda su obra se realizó de esta manera. No sé como se las apañan aquellos que eligen el camino del trabajo en equipo, personalmente, las pocas veces que lo he intentado el fracaso ha sido la nota dominante.
Esa pregunta también se la hicieron los contemporáneos de nuestra pareja, y la polémica llegó hasta extremos bastante violentos. Hubo rumores malintencionados sobre que Erckmann era el que hacía realmente el trabajo sucio y Chatrian, prácticamente, sólo cobraba los cheques. El secretario de este último publicó en la prensa varias declaraciones en esta dirección, Erckmann lo demandó y el escándalo fue mayúsculo, especialmente por qué durante el juicio las declaraciones del secretario de marras gozaron de amplia credibilidad.
Hay una lógica detrás de esto, Chatrian (el más mayor), era profesor en su ciudad natal y poseía algo de prestigio cuando decidió unirse a Erckmann, un completo desconocido que empezaba su carrera literaria. Si las cosas fueron como realmente se afirmó en aquel juicio, cabe preguntarse el por qué de continuar con la farsa. Hay muchas respuestas posibles: amistad, fama, comodidad, interés económico, es difícil saberlo, probablemente una mezcla de todas ellas, pero, creo, lo pecuniario no jugó un papel primordial.
Especialmente por que Erckmann-Chatrian no lo tuvieron fácil durante su carrera literaria. Fueron tachados de antimilitaristas y germanófilos, especialmente por sus obras sobre las guerras napoleónicas. La primera acusación es cierta, ambos polemizaron en la prensa defendiendo posturas no violentas, y aunque, a día de hoy, el mensaje de sus novelas ha quedado un tanto diluido, frente a obras más modernas y explícitas, en su época sonó alto y fuerte.
La germanofilia es más sencilla de ver, y se nota, sin ir más lejos, en los textos de este libro, cuajados de nombres y paisajes alemanes (la influencia de Hoffmann no es tan determinante, Gautier también la tenía pero él ambientó la mayor parte de sus historias en Francia). En cualquier caso, un comportamiento plenamente justificado por los orígenes alsacianos de ambos autores.
Inicialmente, estas actitudes sólo podían molestar a unos pocos fanáticos, Edmond About (nacido en Lorena), otro conocido autor popular de aquellos años, también escribió obras alabando el proceso de unificación de Alemania. Desgraciadamente, a partir de 1870 la opinión pública dio un giro radical, la derrota en la Guerra Franco-prusiana y la pérdida de Alsacia y Lorena, no sólo precipitó la llegada al poder de la III República, si no que desencadenó un clima de revanchismo, militarismo y nacionalismo de tal visceralidad que desembocó, finalmente, en la Primera Guerra Mundial.
Como no podía ser de otra forma, esta situación acabó repercutiendo en el ámbito de las letras, ahí están los cuentos de guerra de Maupassant, maravillosamente escritos, pero plenos del propagandismo anti-alemán más burdo, o el affaire Dreyfus y la implicación de Zola al respecto. Un Edmond About, por ejemplo, fijó definitivamente su residencia en París y escribió violentos panfletos en contra de la nación germana.
Erckmann-Chatrian eligieron un camino más difícil, siguieron viviendo en Alsacia y publicaron varias obras que desentonaban claramente de la línea oficial revanchista, buscando más bien la reconciliación con Alemania. Lo que en los años 50-60 podía entenderse como una simpática excentricidad, en los 70-80 se convirtió en auténtico crimen. De ahí la acritud con que la prensa y la opinión pública siguió el famosos juicio entre Erckmann y el secretario de Chatrian.
En cualquier caso, los últimos años de los dos autores fueron amargos, la polémica se zanjó, en cierta forma, con la trágica muerte de Chatrian a consecuencia de una intervención quirúrgica aparentemente inofensiva. Erckmann continuó escribiendo en solitario, pero su éxito fue mucho menor y sus últimas creaciones sólo sirvieron para alentar las críticas de aquellos que menospreciaban la participación de Chatrian en su obra conjunta.
Un final triste y patético pero que, personalmente, ha acentuado mi simpatía hacia esta singular pareja, lo cual no tiene, a día de hoy, mayor importancia, por qué lo que hay que destacar es ambos son dueños de una obra fantástica digna y fascinante que merece mucha más fama de la que, por desgracia, tiene.

domingo, noviembre 27, 2011

Un libro de geografía... y ciencia ficción

Esto no es una reseña o crítica, tan sólo un aviso, una noticia. Más que nada por qué no he oído hablar de este libro en ninguno de los mentideros habituales de CF que pululan por la red y entra dentro de lo posible que se le haya pasado por alto a la mayoría de la gente.
El libro es “Descenso literario a los infiernos demográficos. Distopía y población” y su autor Andreu Domingo. La obra fue finalista del premio Anagrama de Ensayo 2008. Aparentemente es un libro de geografía, para ser exactos de demografía, pero sólo aparentemente. Domingo hace un repaso a la mayoría de las teorías sobre la evolución de la población que la geografía ha creado y discutido de la Segunda Guerra Mundial a nuestros días, huelga decir que casi todas ellas cuentan con un marcado acento apocalíptico.
Sin embargo, su acercamiento al tema es curioso y, para un buen aficionado a la CF, atractivo. Utiliza la literatura como herramienta a la hora de enfocar como estas teorías demográficas han influido en nuestra sociedad y, claro, eso le lleva a la distopía y, lógicamente, de ahí a la CF.
Por tanto, este ensayo se acaba convirtiendo en un repaso fascinante y revelador de muchos de los clásicos distópicos que la CF ha dado en los últimos 60 años. Y no sólo de autores, digamos, mainstream, si no de un buen puñado de desconocidos y unos cuantas luminarias del género en su versión más fandom. Aparecen Huxley, Orwell y Zamiatin, por supuesto, pero también Chad Oliver, James Blish o John Bruner.
Es, por tanto, un libro revelador, una muestra de hasta que punto la CF puede ser útil como método investigador para las ciencias sociales, no únicamente como objeto de estudio para la teoría de la literatura. Y, a la vez, resulta significativo que todo un doctor en sociología, subdirector del Centro de Estudios Demográficos y profesor asociado de la Universidad Autónoma de Barcelona (sí, todo eso es Andreu Domingo) haya escrito un libro donde se descubre no sólo un buen conocimiento de la CF, si no un auténtico amor por el género y, digámoslo todo, un cierto espíritu iconoclasta, ya que parte de sus conclusiones salen de las clases de doctorado que imparte y donde utiliza estos textos como herramienta pedagógica. Y, sin olvidar, que el libro ha recibido uno de los galardones literarios más prestigiosos de nuestro país.
Así que a darle una oportunidad al libro, merece la pena asomarse a sus páginas, descubriremos una nueva forma de leer muchos de los clásicos que siempre nos han gustado.

lunes, noviembre 21, 2011

"El Hombre de la Oreja Rota" de Edmond About

Hay que ver lo veleidosa que es la gloria, y especialmente, la literaria. Autores que en vida lo consiguieron todo, son olvidados a los pocos años de su muerte, otros que en su momento pasaron desapercibidos, mantiene sus status de maestros siglos después de abandonarnos. Desde luego todo un misterio y que hace que esto de la crítica sea una labor un tanto ingrata y, por lo general, bastante aleatoria.
Fijémonos si no en la figura de Edmond About (1828-1885), un escritor francés que lo consiguió todo en vida: éxito de público y crítica, dinero, fama, una brillante carrera que le permitió jugar con la política y convertirse en una codiciada firma de la prensa del momento. Su vida literaria culminó con su entrada en la Academia Francesa poco antes de morir.
Vale, que levanten la mano aquellos que a día de hoy hayan leído algo de él. Ya, me lo imaginaba, casi nadie. O por lo menos un porcentaje ridículo comparado con los que han disfrutado de coetáneos suyos como Flaubert, Maupassant, Huysmans, Zola o Jules Verne. Por supuesto, hay una respuesta lógica al por qué de esta situación. Casi todos los anteriores (menos Verne) son auténticos genios de la literatura, About como mucho llega a la categoría de artesano de obras populares. Evidentemente, así es difícil competir en la carrera de la gloria póstuma. Y, sin embargo, algo del misterio sigue ahí, por qué About no es mucho peor que Verne, Salgari, Rosny Aîné o muchos otros autores populares cuyas obras aún hoy se siguen leyendo. En fin, que la fama es veleidosa y difícil de entender.
“El hombre de la oreja rota” (1862) rondaba por mi casa desde hacía años. Creo recordar que lo compré yo cuando aún estaba en el colegio en alguna oferta a precio irrisorio, o puede que fuese mi padre, o incluso mi abuelo. La edición de Austral es de 1968 (aunque la original es de 1933), así que todo es posible.
Hasta hace poco no me he decidido a darle una oportunidad y, una vez dada, no me arrepiento. No es una obra maestra pero resulta mucho más legible de lo que aparentemente uno podía suponer. Como novela de ciencia ficción no se quedó anticuada hasta los años 60, y su argumento, con más o menos cambios, podemos encontrarlo en cientos de relatos pulp y clásicos e, incluso, en películas y series televisivas actuales.
Fougas es un coronel francés aparentemente muerto por congelamiento durante la campaña de 1813 (una suerte, por qué los rusos lo iban a fusilar al día siguiente). El profesor Meiser, sabio alemán, realiza un experimento con él y consigue convertirlo en algo parecido a una momia, ni muerto ni vivo. Hoy hablaríamos de hibernación, pero esa terminología no existía en aquellos años, lo que no quita mérito a la imaginación de About al describir un proceso que actualmente sigue siendo estudiado de forma seria por numerosos científicos.
En cualquier caso, en 1859, Fougas es comprado por el joven ingeniero francés León Renault que consigue devolver la vida al coronel. A partir de ahí la novela deriva en una serie de escenas cómicas basadas en los cambios de costumbres producidos en los 46 años que Fougas lleva dormido. De nuevo una idea que luego ha tenido muchísima fortuna y que todavía sigue siendo el eje de muchos productos de entretenimiento.
A grandes rasgos, Fougas es una especie de salvaje que choca con la mucho más pacífica Francia de mediados de siglo. No es para menos, alguien que ha vivido la Revolución y las guerras napoleónicas no deja de ser todo un fenómeno para los pacíficos y algo mojigatos franceses del apogeo del II Imperio.
Aún así, la crítica de About es suave, casi dulce, y nuestro autor pronto prefiere centrarse en situaciones más cercanas al vodevil, con un Fougas que le roba la novia a su salvador, Renault, que se hace con una fortuna de forma rocambolesca, y que desea reingresar al ejército a toda costa. Al final las cosas vuelven a su cauce y hay un toque un tanto amargo en los últimos párrafos que desentona un tanto con el tono general del resto de la novela.
Como obra de ciencia ficción, “El hombre de la oreja rota” es muy interesante y reveladora, al ser una de las primeras en presentar un par de ideas (la hibernación y el choque temporal) que luego tuvieron un gran éxito. Su lectura en este sentido es bastante recomendable, sobre todo por qué es posible rastrear hasta el “Frankenstein” de Mary Shelley el origen de la idea de la hibernación que About desarrolla. En efecto, las escenas en que Meisner consigue mantener en animación suspendida a Fougas no dejan de ser un calco de las de la novela de la autora inglesa (esa electricidad galvánica que juego da…), y, a fin de cuentas, de crear vida a mantener con vida a alguien aparentemente muerto el paso es pequeño, pero eso no resta mérito a About, uno de los primeros en darlo de forma efectiva.
Como novela estrictamente dicha, la cosa ya es harina de otro costal. “El hombre de la oreja rota” no deja de ser un tanto intrascendente, un divertimento sin malicia, sólo empañado por ese toque de amargura final. About no se ríe de sus compatriotas si no con ellos. La crítica podría haber sido despiadada pero nuestro autor, prudentemente, prefiere mantenerla a raya y buscar otros efectos cómicos más inofensivos. Posiblemente, esta decisión fue la que le hizo triunfar en vida, pero la que le ha restado mérito a largo plazo.
Aunque, en general, su humor, auténtico eje de toda la novela, está un poco pasado de moda (especialmente en la caricatura de los alemanes), tengo que reconocer que, en ocasiones, aún consigue despertar alguna sonrisa y, a grandes rasgos, permite que el libro sea bastante legible (a lo que ayuda sus 176 páginas, un tamaño idóneo para sus fines) y que algunos de los giros de la trama sean bastante interesantes (posiblemente muy novedosos para la época pero hoy por hoy vistos mil veces).
Quizá el principal hándicap de toda la novela es la forma un tanto rastrera que utiliza About para hacerle la rosca a base de bien a Napoleón III, un personaje que sería ridículo si no fuera por qué sus absurdos sueños se vieron ahogados en sangre en Sedan en 1870 y en la Comuna en 1871. Las aventuras de Fougas por su corte dan un poco de vergüenza ajena, pero hay que reconocer que About siempre fue un oportunista en política: liberal y anticlerical de joven, no tuvo ningún empacho en defender la idea imperial de Napoleón III a capa y espada para, finalmente, convertirse en fervoroso republicano. En cierta forma su actitud fue paralela a la de la mayoría de los franceses de su generación, no todos podían jugar a ser héroes en el exilio como Victor Hugo, Merimee, sin ir más lejos, jugó un papel muy parecido. Pero About podía haber intentado disimular un poco más, no fue el caso.
Es, por tanto, un libro que sin ser nada del otro mundo merece mayor suerte de la que ha tenido, sobre todo, por qué, en ocasiones recuerda mucho a Verne, alguien que a día de hoy todavía goza de cierto número de seguidores, para estos, el libro de About merecerá la pena.
En cuanto a la traducción de Carlos Villaciero, eficaz aunque muy de 1933, cuando fue realizada. La edición de Austral tan digna como todas las de esta colección, decana de nuestras ediciones de bolsillo y, desde luego, un ejemplo a seguir, tanto por lo cuidado de la selección de títulos, como por las traducciones, el diseño general del producto y su precio final. Ya me gustaría que algo parecido a la antigua Austral existiese en nuestros días con semejante fuerza y presencia.

domingo, noviembre 20, 2011

Ignotus 2011 para la Tercera Fundación

Hace cosa de una semana se concedieron los premios Ignotus 2011. Me enteré ayer, nada raro en mí, una mezcla sui generis entre despiste y habilidad para liarme con mil cosas, y, por tanto, llegar siempre tarde a todas partes.
No voy a analizar dichos premios, principalmente, por qué apenas he leído a ninguno de los ganadores y nominados. Pero sí me gustaría detenerme brevemente en uno de ellos, en parte por qué es de justicia y en parte por qué lo siento un poco mío. Me refiero al premio a mejor web que este año ha recaído en la Biblioteca de la Tercera Fundación.
Y digo que es de justicia por qué no hay web que lleve más tiempo mereciéndoselo y más tiempo viendo como se lo llevaban otros sitos, muchos de los cuales, en mi opinión, no tenían la relevancia de la Tercera Fundación. Es cierto que la Biblioteca no es especialmente vistosa en cuanto a diseño, y, posiblemente, genere muy poco “ruido” comparado con otras webs. Pero no es menos cierto que no existe una página tan necesaria e imprescindible como esta. Fruto de una labor anónima, callada, altruista y muy laboriosa (dudo que haya páginas donde más gente curre más por amor al arte), los resultados de la Tercera Fundación son abrumadores, y lo son desde hace tiempo, insisto.
Reconozco que para un fetichista de los libros fantásticos como yo, no hay vicio más deleitable que sumergirse durante horas en la Tercera Fundación, anhelando profundamente poseer todos esos títulos que allí aparecen y que aún no están en mi biblioteca. Lo sé, suena un tanto pornográfico pero internet es así…
Y, además, siento el premio mínimamente mío, un poco por los muchos comentarios que he dejado en las correspondientes fichas (mea culpa, reconozco que últimamente ando un poco dejado en ese tema, prometo retornar a mis antiguos y más saludables hábitos) y un mucho por la cantidad de fichas que metí en el pasado, cuando la Tercera Fundación no existía y la Biblioteca era parte de Cyberdark. Viejos y gloriosos días en que curre como el que más en la loable obra que ahora recibe este merecidísimo premio.
Por acabar y no repetirme, enhorabuena a la Tercera Fundación, ya era hora y, espero, poder seguir disfrutando de su web muchos, muchos años.

lunes, noviembre 07, 2011

"Cuentos Fantásticos" de Iginio Ugo Tarchetti

He dejado a un lado a los autores italianos porque no me agradaba hacerlos figurar sólo por obligación: lo fantástico representa en la literatura italiana del XIX algo “menor”.
Palabras de Italo Calvino en su célebre antología “Cuentos fantásticos del XIX”. Y palabras que me llamaron la atención ¿Realmente el XIX italiano es tal páramo para el fantástico? Evidentemente, no soy un experto en el tema, pero repasando mis escasos conocimientos sobre narradores decimonónicos italianos me salen nombres como Manzoni, Verga, D’Annunzio, o Svevo y, reconozco que ninguno de ellos se centra precisamente en lo fantástico (novela histórica romántica, realismo, decadentismo, vanguardia, pero no mucha fantasía). Incluso Salgari, el mayor autor de novela popular de Italia, no es precisamente alguien que se decante por este género y sus escasas muestras al respecto dejan muchísimo que desear. Caso aparre sería el de Collodi y “Las aventuras de Pinocho” pero, me temo, su carácter infantil le resta muchos enteros (aunque sea una obra de gran mérito).
En fin, con todo, me seguía llamando la atención la cita de Calvino, para un país que en el XVII fue capaz de dar a Basile y su “Pentameron”, y que en el XX situó al propio Calvino a la cabeza de este campo, no dejaba de resultar extraño semejante hiato de más de doscientos años.
Años más tarde di con este librito en una librería de Ávila: “Cuentos fantásticos” (1869) de Iginio Hugo Tarchetti (1841-1869) de Violín de Carol Ediciones (2007). Ni me sonaba la editorial (aparentemente especializada en literatura italiana, al estilo de Nevsky Propspects y los escritores rusos), ni por supuesto, el autor. No me suelen gustar esos saltos al vacio, casi nunca salen bien, pero el libro era barato y de atractivo diseño, así que entré y lo compré.
Bien, no me arrepiento y, modestamente, me atrevo a enmendarle la plana a todo un Calvino, que, por supuesto, no es infalible, también dejó fuera de su antología a nuestro Becquer. En mi humilde opinión Tarchetti es un autor, si no deslumbrante o genial, si extremadamente digno e interesante. Alguien que aguanta perfectamente la comparación con muchos de sus coetáneos ingleses o franceses.
Investigando más en la figura de este secundario de lujo se descubren una serie de rasgos afines a otras figuras del Romanticismo, aunque sea un Romanticismo tardío como el que Tarchetti y otros protagonizaron en Italia a mediados del XIX. Militar frustrado por motivos de salud (la tuberculosis que le llevó a la tumba con sólo 30 años), Tarchetti eligió el campo de las letras al dejar las armas y se unió a un movimiento conocido como scapagliamento, una especie de punkis del ochocientos, contrarios al romanticismo oficial del Risorgimiento (muy unido al nacionalismo y a la idea de unificación) y auténticos outsiders, enemigos de todo orden establecido y fascinados por los aspectos más oscuros y morbosos del alma humana, desde el satanismo a la locura.
Todo esto les llevó a cultivar un cierto malditismo y a cosechar un profundo rechazo por parte de la sociedad bien pensante. Su defensa de Poe, Hoffmann, Baudelaire y el primer Naturalismo de los Goncourt (peculiar popurrí), no ayudó mucho a su éxito dentro del Piamonte de Garibaldi, Cavour y Vittotio Emanuel, da la sensación de que toda la lucha por lograr la unidad de Italia era algo ajeno para ellos, un pecado imperdonable en aquellos años.
Y así, Tarchetti cumplió su papel de romántico maldito hasta el final, muriendo joven, de tuberculosis, en la miseria, rechazado por casi todos y con una obra tan dispersa como inacabada.
Ciertamente, años después su figura ha sido revalorizada y su novela “Fosca” ha alcanzado una posición de clásico menor que se mantiene hasta nuestros días (curiosamente, este título fue en su momento estudiada con cierto interés por Calvino, de ahí que su decisión de incluir ningún cuento de Tarchetti en su antología sea aún más misteriosa).
Este volumen recoge cinco cuentos que resultan encantadores, bien escritos y realmente mágicos. Aunque en la solapa se hace referencia a la influencia de Hoffmann y Poe, me atrevo a decir que ni la fantasía desbordada del alemán, ni el gusto por lo macabro del estadounidense pueden hallarse en estas páginas. En cambio, las menciones, igualmente en la solapa, a Nerval y, especialmente, Gautier, me parecen más acertadas. Tarchetti presenta un gusto bastante afrancesado, nada extraño viniendo de un milanés y máxime teniendo en cuenta los años en que escribió.
La delicadeza y sensibilidad de Gautier, su gusto por lo poético y por la levedad se dejan ver en muchas de estas páginas, al igual que un cierto interés por lo onírico y lo delirante, también típicamente gauteriano pero donde la mano de Nerval se presenta mucho más firme.
En este sentido, y por situarnos en un marco más cercano al lector español, si a alguien me ha recordado Tarchetti es a Guy de Maupassant, especialmente en aquellos cuentos suyos donde la locura hace actos de presencia, aunque, por otro lado, hay que destacar también que lo brutal y lo grosero (dos de las debilidades del normando) brillan aquí por su ausencia.
En esta dirección destaca el mejor cuento del libro “La letra U (manuscrito de un loco)”, que si viniese firmado por Maupassant daría perfectamente el pego. Descartando, por las fechas, una influencia Maupassant-Tarchetti cabe preguntarse si es posible que la dirección fuese la contraria. Lo ignoro, desde luego no he encontrado ninguna referencia a él entre los estudiosos de Maupassant, pero, obviamente, mis conocimientos distan mucho de ser los de un experto. Desde luego puede que nos hallemos ante un fenómeno de convergencia cultural (mismo ambiente, casi misma época), repito, lo ignoro, pero si el discípulo de Flaubert hubiera escrito este cuento, sería una de las piezas más citadas de su obra. “La letra U” parte de una idea delirante y loca (como deja claro el subtítulo): la obsesión que despierta en una persona el carácter maligno de esta vocal. Tarcchetti sabe llevar perfectamente el pulso del relato y nos va metiendo poco a poco en la locura de su personaje, logrando un climax magistral y, en el colmo de la audacia, (recordemos, el cuento fue publicado en 1869), jugando con la tipografía de una forma extremadamente original.
No menos interesante resulta “Los fatídicos”, un minucioso estudio sobre la obsesión, tan italiana, del mal de ojo y que está a la altura del “Jettatura” de Gautier (y en este caso las fechas sí que avalan la teoría de la influencia del francés sobre Tarchetti), aunque donde el francés se dejaba llevar por un cierto gusto por lo exótico, el italiano prefiere centrarse en un estudio psicológico de aquellos que sufren este mal con resultados tan brillantes como perturbadolres.
Mucho más original es “La leyenda del castillo negro”, con la reencarnación como principal tema (y de nuevo uno podría pensar en Gautier, especialmente en su “Avatar”, aunque las filosofías orientales hacían furor por estos años en toda Europa). Pero Tarchetti es muy innovador a la hora de tratar el tema y muestra únicamente la punta del iceberg de las posibles otras vidas de sus protagonista, envolviendo el cuento en un halo tremendamente misteriosos y evocador muy del gusto romántico (especialmente en la idea de la novela inacabada, y no es otra cosa si no eso lo que el cuento deja entrever).
“Un hueso de muerto” una historia tremendista de médiums y aparecidos, con su leve toque humorístico, es, probablemente lo más flojo del libro aunque no deja de ser una historia más que digna.
En cambio, el último cuento, “El espíritu del frambueso”, deja un estupendo sabor de boca en el lector, una turbia historia de celos y crímenes donde lo fantástico irrumpe con fuerza y, nuevamente, con originalidad y ejemplar eficacia. Un cuento que ejemplifica perfectamente lo que el XIX entendía por literatura fantástica.
Una pena que no se sepa mucho más de Tarchetti por estos lares, si hubiese más relatos suyos como los de esta recopilación no me importaría nada hincarles el diente, resultan de lo más refrescantes.
No he vuelto a ver ningún libro más de esta editorial, ni siquiera en la librería donde adquirí este ejemplar, así que desconozco su suerte (me temo lo peor, claro). Estéticamente hablando, Violín de Carol hace (o hacía) libros bonitos, pequeños pero con gusto y a buen precio. Si acaso, como único fallo, eso sí, importante, resaltar que los duendes de la imprenta han hecho desaparecer unas cuantas palabras en el primer cuento del libro, “Los fatídicos”, aunque por el contexto se sigue perfectamente la historia. Un hecho, aparentemente puntual, en el resto de los relatos no se aprecia este fallo, que desentona un tanto con el cuidado a la hacer las cosas que presenta el libro en su conjunto, es de suponer que en títulos futuros este fallo se subsane, si hay futuro, claro.
En cuanto a la traducción, de Nahuel Cerrutti Carol, difícil ponerle un pero y un ejemplo de cómo hacer bien las cosas.

sábado, noviembre 05, 2011

Juan G. Atienza (1930-2011)

Hay un juego que he practicado un par de veces que consiste en identificar a un autor de CF español con un colega de similares características pero anglosajón. Así, Domingo Santo podría ser nuestro John W. Campbell Jr. y Saiz Cidoncha nuestro particular Asimov. En ese juego, Juan G. Atienza sería un L. Ron Hubbard a la española. Ya se sabe, prometedor escritor de CF que lo deja todo por el más lucrativo negocio del pufo seudocientífico de aire esotérico.
Pero, claro, como tantos juegos y afirmaciones rotundas las cosas no son exactamente lo que parecen.
Atienza tuvo la mala suerte de nacer en España en 1930. Y digo mala suerte por qué, hasta los cuarenta y tantos no logró encontrar un cierto éxito laboral.
Si Atienza hubiese nacido en E.E.U.U. podría haber sido un solvente director de cine, o un afortunado guionista, o un eficaz realizador de TV, o, incluso, un buen escritor de CF. Pero como le tocó vivir en la España franquista todo ese abanico de posibilidades, como para tantos otros, se fue al garete.
Cierto que hizo una película, pero que los distribuidores masacraron y nadie fue a ver, lo que con el tamaño de la “industria” cinematográfica nacional significaba una sentencia de muerte laboral segura.
Y no es menos cierto que escribió un buen número de guiones, alguno hasta ganador de algún premio, pero casi nadie quiso o puedo realizarlos. Igualmente consiguió trabajo en TV y logró algunos éxitos, pero los sempiternos problemas con la censura y la orientación de cartón piedra de la tele del momento le acabaron espantando hacia otros lares.
Y Atienza recaló en la CF nacional, lo que, realmente, era otro bonito callejón sin salida. Estuvo activo como autor entre 1966 y 1975 y, realmente, aquí si tuvo bastante suerte. Publicó 43 relatos y tres novelas cortas, unos pocos en los fanzines de la época (como “Cuenta Atrás”) pero la mayoría en los medios más prestigiosos del momento, como la revista Nueva Dimensión (que incluso le dedicó un número monográfico, el 43), y las diversas antologías de Acervo, Castellote, Edhasa y demás. De hecho, desde un principio partió con buen pie ya que logró publicar dos libros en la prestigiosa colección Nebular (la antología de relatos “La máquina de matar” y dos novelas cortas reunidas en el volumen “Los viajeros de las gafas azules”).
Éxito editorial que también se tradujo en éxito de crítica. Atienza, a diferencia de muchos de sus coetáneos, no se había curtido en el terreno de los bolsilibros, ni era un autodidacta voluntarioso, había estudiado filología románica en la Complutense, algunos cursos en el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas y disfrutado de una beca en el Instituto de Filmología de la Sorbona, si a ello unimos sus experiencias como guionista, ayudante de dirección y director, no es de extrañar que sus historias tuviesen una solidez de la que carecían muchos de sus colegas. De hecho, alguno de sus primeros títulos (como “La máquina de matar”) eran antiguos guiones reconvertidos.
Pero, además, Atienza, junto a otros contemporáneos suyos como Carlos Buiza y José Luis Garci (autor de CF antes de dedicarse plenamente al cine), fue responsable de iniciar, siquiera tímidamente, un nuevo tipo de CF española, más original, más literaria y, sobre todo, más española. Muchas de sus argumentos transcurrían en el presente y en nuestro país, y en ellos se podía vislumbrar algunos de los rasgos socioculturales de la España del desarrollismo, tan alejada de los E.E.U.U. que semi-plagiaban otros autores como Antonio Ribera, Valverde Torné o el propio Domingo Santos (cuya principal aportación consistía en colocar algún protagonista español que lo mismo podía haber sido de Kentucky, para lo que importaba ese dato…). A título personal, recuerdo como descubrir que “Los alegres rayos de sol” estaba ambientado en el madrileño pueblo de Torrelodones (donde servidor estudió la secundaria), me hizo especialmente feliz, aunque el Torrelodones de mediados de los 60 que describía Atienza estaba tan alejado del de mediados de los 80 que yo conocí, como Nueva York de Madrid.
La única pega es que triunfar en la CF española de los 60-70 era lo mismo que ser campeón de chito en tu pueblo, muy bonito de cara a los amigos y aficionados pero poco provechoso en cuanto a eso tan prosaico de ganarse las lentejas. De hecho, si analizamos, la trayectoria de Atienza como autor observamos dos cosas curiosas, la primera es que frente a la gran cantidad de relatos escritos entre 1966-69, el periodo 1970-75 es mucho más pobre (con años en que sólo publica un cuento o dos). Segundo, que aunque Atienza ya había publicado algún cuento de terror (como “Balada por la luz perdida”), estos se empiezan a hacer más habituales hacia el final de su carrera, como si estuviese buscando un mercado alternativo. También fracasó, claro, triunfar como autor de terror no era mucho mejor que como autor de CF.
No es raro, por tanto, que 1975 fuese el último año que Atienza publicó un cuento fantástico. Jamás volvió a ese campo, y no le culpo. Mas duro que el fracaso es el éxito sin recompensa.
En cualquier caso, Atienza supo re-inventarse como autor y a partir de este momento inicio una exitosa carrera como autor esotérico, especializado en templarios, ovnis, alquimistas, historia secretas, España mágica y demás parafernalia (quizá esas historias de terror fuesen un campo de pruebas para esta nueva carrera suya).
Aquí si que fue un auténtico crack. Más de 40 libros publicados en Martínez Roca pero también en Planeta, ventas escandalosas, reediciones, traducciones a otras lenguas, reconocimiento dentro y fuera de nuestras fronteras y, me imagino, una estabilidad económica más que envidiable.
Dicen que Atienza era un buen tipo (eso afirma Domingo Santos, amigo suyo de sus años como escritor de CF) y que los libros esotéricos que escribía se los creía de verdad, que lo suyo no era trabajo mercenario ni vivir del cuento, si no las investigaciones de un auténtico creyente.
A efectos prácticos, a mi me da igual. Atienza podría haber sido un buen director de cine, o guionista, o realizador televisivo o, incluso, escritor de CF, pero le tocó vivir en un país de mierda en una época en que la susodicha mierda llegó a máximos históricos. Podría haber triunfado como creador en un buen número de campos (los probó todos y demostró su habilidad en cada uno de ellos), pero, al final le condenamos a ser un simple vendedor de humo, de chorradillas templarias antes de que Dan Brown descubriese el chollo que podían llegar a ser. Triste y patético.
Pero la amargura de esta historia aún continúa. Atienza falleció este verano y no ha sido hasta ahora que la noticia ha trascendido en nuestro pequeño círculo y, en cierta forma, de manera fortuita (una llamada telefónica de su viejo amigo Domingo Santos). Fuera de él, la nada. No estoy diciendo que haya que abrir el telediario con el tema, pero, un tío que vendió miles de libros (aunque fuesen de lo que eran), y que en su campo había logrado un gran prestigio, se merecía un poco más de atención. Un breve obituario en algún periódico al menos, entre viejas glorias futbolísticas de los 50, escritores yanquis cuya obra no se ha traducido, actores famosos por un papel secundario en el año 40, u olvidados héroes de guerra. Ni eso, apenas un par de comentarios en algún blog friki como este. Atienza no se merecía eso, realmente no se merecía muchas de las cosas que le pasaron, es posible que algunas conciencias se calmen pensando, las cosas del franquismo, pero no sé hasta que punto le habría ido diferentes en nuestra maravillosa democracia. Sí podría haber triunfado en un cine canijo como el nuestro, donde la mayoría de los directores sólo hacen una película en toda su vida, donde acumular guiones sin realizar en un cajón es habitual, donde la TV suele ser una basura que ríete del NODO, y donde triunfar como escritor de CF sigue siendo, en muchos casos, quimérico. Es posible que, al final, a Atienza le hubiese dado lo mismo haber nacido en 1930 que en 1970, puede que su trayectoria vital hubiese sido similar, quizá, en vez de acabar como autor de expedientes X, hoy sería contertulio de la Noria. Gran avance, a fe mía.